Ladislao Jiménez Alcocer 



Conocí a don Ladis en casa de Pedro Pérez. Posaba dentro de un marco tras un montón de niños. Pedro, uno de ellos, me dijo que don Ladis era un buen maestro. Recordaba su pedagogía escultista y la excursión que hicieron a la inauguración del puente de Clavería, el partido de fútbol con los chicos de Garrapinillos, las bromas entre chiquillos y el rancho que volcaron.

Me contó que don Ladis era un hombre de gran estatura, que cuando comenzó la guerra se volvió loco, comenzó a arrojar los muebles de la habitación donde se hospedaba por la ventana y lo internaron en el manicomio. Su locura movió mi curiosidad.

El rastro documental de don Ladislao nos permite reconstruir gran parte de su vida. La suya es la historia de la clase media intelectual que pretende regenerar el país desde la educación durante la República y que, con el golpe de estado, se encuentra con la cárcel, la guerra, la depuración, el autoexilio y un silencio de décadas.

Ladislao Salvador Jiménez Alcocer llevaba el magisterio en la sangre. Sus padres, Juan y Ester eran maestros aragoneses, que ejercieron su trabajo en Casetas hasta 1932. Ladislao nació  en 1907 en Treviana, un pueblecito de la Rioja, donde sus padres trabajaban por aquel entonces. Debido a la enorme movilidad del magisterio en la época, la familia tiene frecuentes cambios de domicilio por las provincias de Logroño, Gerona y Zaragoza durante la infancia y juventud de Ladislao.

Ladislao tiene un hermano, Pablo. Ambos, educados entre libros en un hogar de maestros, pueden acceder a la universidad. Ladislao se matriculará a los diecinueve años en la Facultad de Derecho de Zaragoza. Es el año 1926, cuando el capitán general Miguel Primo de Rivera lleva tres años ejerciendo su dictadura en España. El inicio en su vida universitaria le abre al compromiso con el republicanismo democrático de centro izquierda, militancia que mantendrá hasta el final de la guerra. Ladislao participará desde el primer momento en la fundación de dos organizaciones de oposición a la dictadura y partidarias de la creación de una democracia parlamentaria, la Federación Universitaria Escolar (FUE) y las Juventudes Republicanas de Aragón.

Tras el paréntesis del servicio militar en Palamós (Gerona) en 1928, persiste en su activismo político republicano y de oposición a la dictadura. La patria borjana de su padre, hace que se relacione con intelectuales republicanos de aquella localidad, como Manuel Lorente y Honorato de Castro, que preparan la llegada de la República.

En diciembre de 1930, cuando el capitán Fermín y Galán lleva a cabo su pronunciamiento republicano en Jaca, Ladislao es un estudiante  de veintitrés años. El pronunciamiento se convierte en una aventura de juventud. En vísperas de la sublevación de Jaca distribuye entre los ferroviarios de Casetas la Gaceta de la Revolución, un periódico que le había hecho llegar Honorato de Castro y que denigra al general Berenguer, presidente del penúltimo gobierno de Alfonso XIII, apodado la dictablanda. Con la acción de Fermín y Galán, transmite, junto a Manuel Lorente Zaro, la orden de huelga a los trabajadores de Mallén y Gallur. 

Tras la llegada de la República, en abril de 1931, participa en la fundación en Zaragoza de Acción Republicana y se convierte en secretario local de la organización, colaborando en las elecciones generales de 1931 y 1933. 

En 1932, con veinticinco años, se había licenciado en derecho en la Universidad de Zaragoza. Pero al año siguiente, compartiendo la vocación por el magisterio de sus padres y de su hermano Pablo, se presenta y aprueba las oposiciones de maestro, ejerciendo interinamente en Farlete y obteniendo plaza de maestro en propiedad en Casetas en 1934, donde habían ejercido sus padres dos años antes, con un salario anual de 3.000 pesetas. El recuerdo de don Ladis en Pedro Pérez, posiblemente el último de sus discípulos en el barrio, es el de un buen maestro que los llevaba de excursión.

La actividad profesional lo aleja de la primera línea del activismo político, pero no de su compromiso. En 1934 participa en la fundación de la azañista Izquierda Republicana (IR) y de sus Juventudes y es suscriptor del periódico Hoy. Como maestro se afiliará a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE), organización sindical inserta en UGT. La llegada de los partidos de la derecha al gobierno de la República, le procura dos detenciones inocuas. La primera, en abril de 1934, durante la llamada huelga de los treinta y cinco días, un duro conflicto ocasionado por el despido de varios tranviarios. La segunda, en octubre de ese mismo año, junto a su padre, por estar en el local de Izquierda Republicana cuando estalló la Revolución de Asturias.

En febrero de 1936 participa en la tensa campaña electoral en favor del Frente Popular, asistiendo a mítines en las comarcas de Daroca y Belchite. Tras la victoria de las izquierdas, algunos militares preparan el golpe de estado que dará comienzo a la guerra civil. El 16 de julio, mientras Ladislao está reunido en la peña Salduba con los responsables de las organizaciones que conformaban el Frente Popular, el socialista Máximo Gracia le avisa de la inminencia del golpe de estado.

Tras el golpe del 18 de julio es detenido por la policía inmediatamente.. El 22 es llevado a comisaría, donde es sometido a malos tratos durante tres días. De ahí es enviado a la prisión de Torrero. Dos días después, el 27 de julio, muere doña Concha, su compañera de trabajo, lo que muestra la inquina de los golpistas contra el magisterio republicano, convirtiéndolos en un objetivo a eliminar prioritario.

La tortura, la prisión y el horror de aquellas primeras semanas tras el golpe de estado llevan a Ladislao a la locura.   La noche del 19 al 20 de agosto sufre un ataque de locura por psicosis de guerra en la prisión. Ante esta situación de total enajenación es liberado. Recuerda Pedro Pérez que la noche del 20 de agosto sufre otro ataque de locura mientras se encuentra en su pensión de la calle de la Iglesia. Arroja el armario por la ventana de su habitación y, ante los gritos de su patrona, es atado e ingresado en el manicomio. 

Juan y Ester, sus padres, se harán cargo de Ladislao y lo acompañarán durante toda la guerra. Su hermano Pablo permanecerá durante todo el conflicto prisionero en la cárcel de Santoña.

Ladislao es atendido por el doctor Joaquín Gimeno Riera, amigo de la familia y director del manicomio de la ciudad, el hospital psiquiátrico de Nuestra Señora del Pilar. Le diagnostica una psicosis de tipo confusional con afecciones incurables de epilepsia que le provocan crisis convulsivas y pequeños y frecuentes ataques psicóticos que lo alienan. El carácter pacífico de su locura y la saturación del manicomio impiden, sin embargo, su ingreso hospitalario. Los cuidados recaen en manos de sus padres.

A la violencia física le sigue la represión profesional y económica. En noviembre de 1936 son suspendidos de empleo y sueldo tanto él, como sus padres y su hermano Pablo, y confiscados sus bienes. El rector de la Universidad de Zaragoza y presidente de la Comisión Depuradora de la Enseñanza, Miguel Allué Salvador, expulsa a Ladislao del cuerpo, acusándolo de ser enemigo de la religión y de la patria, de apoyar al Frente Popular y de militar en la Federación de Trabajadores de la Enseñanza. Su enajenación le impide alegar nada. 

El destino de Juan Jiménez como maestro en aquel curso de 1936 era el pueblo de Rivas, barrio de Ejea de los Caballeros, donde habían fijado su residencia. Ladislao, el loco, pasa allí los meses ausente y dando largos paseos. En junio de 1937 Juan y Ester, temiendo por sus vidas, consiguen un salvoconducto de la guardia civil para desplazarse a Izaba, localidad navarra del valle del Roncal. Desde allí protagonizarán en el mes de julio una fuga a pie hasta la frontera francesa. Abandonan un país en guerra en busca de la paz interior de su hijo. Tras una estancia de diecinueve días en el hospital de la ciudad fronteriza de Mauleón, es trasladado a la sala de alienados del hospital-hospicio de Mont-de-Marsan, en la provincia de las Landas, donde se recuperará lentamente de sus afecciones, aunque declara Ladislao que su sistema nervioso “nunca se recuperó totalmente”

En octubre de 1937 las autoridades francesas le niegan a la familia el reconocimiento como refugiados de guerra y les exigen la vuelta a España, dándoles a elegir a cuál de las dos zonas quiere pasar. Eligen la zona republicana y regresan a España por la frontera catalana. Ladislao es internado en el psiquiátrico barcelonés de Sant Gervasi.

Padre e hijo, inseparables compañeros de fatigas, vuelven a la docencia. La República les abona sus salarios no cobrados en la zona nacional. Juan ocupa plaza en Cornellá, Ladislao en Hospitalet, aunque regresa brevemente a la zona republicana de  Aragón, a Caspe, apenas una semana, pues coincide con la ofensiva que tomará la localidad en marzo de 1938. De vuelta a Cataluña, hace valer un informe psiquiátrico para marchar al campo y ejerce de maestro durante unos días en Viure (Gerona), antes de ser movilizado.

En mayo de 1938, tiene treinta y un años, su reemplazo es llamado a filas por el Ejército Popular de la República. Se le considera apto para servicios auxiliares e ingresa en el Centro de Reclutamiento Instrucción y Movilización nº 16, una especie de escuela para oficiales. En la declaración que aporta a su expediente para demostrar su fidelidad a la causa republicana expone su militancia política en el entorno de Izquierda Republicana, arrogándose responsabilidades, posiblemente ficticias, tras el regreso desde Francia (secretario general del Comité Regional de las Juventudes Izquierda Republicana, secretario de prensa y propaganda de la Alianza Juvenil Antifascista, representante regional del Frente Popular en Aragón y vocal del Consejo Regional de Izquierda Republicana) que no justifica documentalmente. 

Desde allí y debido a su licenciatura en derecho, es asignado al Tribunal Militar Permanente de la Demarcación Catalana. En el mes de julio figura como secretario relator instructor en las plazas de Gerona y Figueras. Tiene grado de soldado, aunque por sus funciones solicita infructuosamente su asimilación al de sargento.

El papel de Ladislao en el ejército de la república es breve y fundamentalmente administrativo. La derrota republicana tras la ofensiva de Cataluña hace que lo desmovilicen el 28 de febrero y que tenga que cruzar de nuevo la frontera hacia Francia desde Figueras. La guerra ha terminado, sus penurias no.

Pasará año y medio en una Francia que acoge con dificultad la avalancha de refugiados españoles. Enfermo, es internado en el Hospital Antiguo de Perpiñán, donde tras su recuperación consigue trabajo como enfermero durante un año, hasta febrero de 1940. Esto le permite una mejor calidad de vida que al resto de republicanos españoles, confinados en campos de refugiados, y le da cierta libertad de movimiento en la localidad.

Seis meses después del final de la Guerra Civil española, en septiembre de 1939, comienza la Segunda Guerra Mundial y es encuadrado en la 222ª Compañía de Trabajadores Españoles, que lo llevará a Persan, cerca de París. La finalidad de esta compañía de doscientos cincuenta hombres bajo el mando de un teniente francés será la de colaborar en el mantenimiento de las defensas de la frontera alemana o la de ocupar los puestos de trabajo que los soldados franceses dejan en la retaguardia.

Cuando comienza la batalla de Francia, en mayo de 1940, Ladislao está en Niort (Aquitania), donde residen y trabajan sus padres y a donde acude para descansar de “las fatigas de la guerra”

El armisticio llega al mes siguiente al mes siguiente. El ejército alemán ocupa Francia. Parece otro nuevo final de otra guerra para Ladislao, pero no el descanso. El comandante nazi de la región expulsa hacia la España de Franco a los refugiados españoles. Es el segundo regreso a España desde Francia. Esta vez no hay zona donde elegir. Tras sus penurias en Francia, don Ladis comienza una peregrinación por las cárceles franquistas.

El 28 de agosto es entregado por los nazis en Hendaya e internado con todos los hombres en edad militar en el campo de concentración de Miranda de Ebro, donde le toman declaración. De allí lo llevan a Madrid, al Depósito de prisioneros del grupo escolar Miguel de Unamuno, que actúa como centro de clasificación. Es asignado al batallón disciplinario de soldados trabajadores nº52, destacado en Paracuellos del Jarama, donde está un mes. Los batallones de trabajo están reservados para los prisioneros de guerra que no han cometido delito alguno. Es una mano de obra barata obligada a trabajos forzados que no redimen pena, puesto que no hay ninguna condena que pese sobre los prisioneros. No obstante, en noviembre  de 1940 es encarcelado de nuevo en Madrid.

Entra en la prisión de la calle de Conde de Peñalver, donde permanecerá un año. El objetivo de su estancia carcelaria es permitir a los vencedores tener tiempo para conocer el pasado de sus prisioneros, con el fin de instruirles un juicio sumarísimo. La máquina inquisitorial del franquismo reclama informes a los agentes que constituyen la base de sus informaciones en Casetas, el alcalde de barrio, el comandante de puesto de la guardia civil y el jefe de falange de la localidad. Los dos primeros tachan de radical al maestro; el jefe local de falange, sin embargo, informa de su izquierdismo, pero califica de correcto su comportamiento. 

En 1941 un tribunal militar le instruye un consejo de guerra, un procedimiento sumarísimo de urgencia por auxilio a la rebelión. Es la justicia al revés. Los militares golpistas juzgan por rebelión a quienes se han mantenido fieles al legítimo gobierno de la república. Se juzga y condena a los prisioneros republicanos por sus opiniones e ideología, por su participación en procesos electorales, por la militancia en partidos y organizaciones que eran legales durante el periodo republicano.

El tribunal acusa a Ladislao de su militancia izquierdista, de hacer propaganda en favor del Frente Popular y de huir a Francia desde la zona nacional, para pasar después a la republicana. Ladislao reconoce su militancia en IR y busca avales entre personas destacadamente fieles al nuevo régimen franquista para que respalden su comportamiento: 

  • El presbítero Andrés Castillón dice de él que es un hombre “amante de su patria, aunque quizás por caminos extraviados o equivocados” y afirma estar ”absolutamente seguro de que Ladislao es incapaz de cometer ningún hecho delictivo”. 

  • Miguel de Planell, abogado franquista que había sido detenido por el Servicio de Inteligencia Militar de la República, dice que conoció brevemente a Ladislao cuando era auditor en el tribunal militar republicano de Figueras que lo investigó y que era una persona “que intentaba favorecer a todos, nacionales y rojos”.

  • José María Arroyo, camisa vieja de falange, y  Ángel Bayona, militar carlista, indican que era una persona pacífica, que protegió en una bronca callejera a asistentes a un mitin tradicionalista en Zaragoza en 1933.


Para justificar su primera huida a Francia, en julio de 1937, el psiquiatra que lo atendió en Zaragoza explica que era una persona enajenada, incapaz de tomar decisiones. Su padre y compañero afirma que Ladislao en aquel momento era totalmente irresponsable, que lo llevaron a Francia con ellos “como podían llevar a un niño de cinco años”.

Por contra, los informes de la Dirección General de Seguridad de la policía de Hospitalet lo intentan incriminar. Sostienen que su padre comentó a alguien que su hijo era comisario político y asesor en el Consejo de Caspe.

Completada la instrucción del sumario Ladislao es trasladado a una nueva prisión en Zaragoza para ser sometido al consejo de guerra. En julio de 1941 entra en el campo de concentración de San Juan de Mozarrifar. Permanece allí durante meses sin que se resuelva el juicio. Durante la estancia en ambas prisiones puede volver a ejercer su vocación docente entre sus compañeros en calidad de maestro auxiliar. Las cárceles españolas se habían convertido en el centro de la intelectualidad española.

En enero de 1942 Juan Jiménez pide la prisión atenuada para su hijo y le es concedida. Puede salir de la cárcel, pero está lejos todavía de ser un hombre libre. Tiene que fijar su residencia en un destierro lejos de Aragón, en la aldea asturiana de Navelgas, apartado del domicilio de sus padres y hermano en Calatayud. Debe presentarse cada quince días en el puesto de la guardia civil y tiene prohibido abandonar la localidad. 

En julio de 1943 se sobresee su caso. No se declara su inocencia, pero se suspende el procedimiento judicial por falta de pruebas. El tribunal puede admitir la inimputabilidad de Ladislao por su locura en su primera huida a Francia, pero mantiene la posible culpabilidad de haber sido comisario político o asesor del Consejo de Aragón, acusaciones basadas en un simple comentario, no avalado por ninguna persona física y sin prueba documental. El tribunal militar es implacable, pero Ladislao ya es libre.

Su libertad sirve para que pueda volver a Calatayud y encontrarse con que el franquismo lo condena a la miseria.  En junio de 1944 el depurador Allué le reafirma su expulsión, pese a que había solicitado su reingreso en el cuerpo de maestros mostrando los avales del alcalde de Viure, los jefes de falange y de la guardia civil de Navelgas, excompañeros del magisterio que han prosperado con el régimen y del juez Planell, que lo califica como un soldado republicano:

(...) jovial y alegre y ajeno a la lucha civil que se desarrollaba. No perjudicó a nadie y lo mismo trataba a las personas de derechas como a las de izquierdas”

Allué lo acusaba en 1937 de ser “laico hasta la grosería”, de pertenecer de la FUE y de FTE, de su activismo izquierdista y de tener abandonada la escuela. En contra  de Ladislao obran las declaraciones del párroco de Casetas de 1939, que aunque advierte que no lo conoció, no duda en acusarlo por oídas de ser enemigo de la religión y de la patria. La declaración de Hermenegildo Mateo, vecino de Casetas, afirma que sus alumnos lo consideraban un buen maestro.

 Tampoco se le permite ejercer como abogado. Ladislao afirma que “los trabajos que encontraba eran abonados con un salario muy inferior al que correspondía a la función específica que desarrollaba. Casado y con dos hijos y vista mi angustiosa situación económica, decidí salir de España, lo que efectué en abril de 1949”.

El maestro que quería educar a los niños para formar una España democrática, la abandona con impotencia para instalarse en una nueva patria, en Argentina, donde después de trece años desde el comienzo de la guerra civil volverá a ser maestro de niños, vuelve a educar en libertad.


 




FUENTES

  • BIBLIOGRÁFICAS

    • JUAN BORROY, V. (2018) Memoria inesperada

    • MIRÓN GONZÁLEZ,  R. y  GONZÁLEZ CANALEJO, C. (2018) La situación sociosanitaria de los refugiados civiles españoles en Francia, marzo-junio de 1939

    • VERGARA PÉREZ, E. (2003) De Meçalmaçor a Casetas


  • ARCHIVOS

    • CDMH Serie Militar C0404 y 0620

    • Archivo Tribunal Militar. ES/AJTZ - 1638/14

    • Expediente 44: Expediente de depuración político-social del maestro nacional Ladislao Giménez Alcocer AGA


  • ORALES

    • D.T.

    • L.O.B.

    • P.P.C.

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