GERMÁN GENZOR BLASCO



GERMÁN GENZOR BLASCO

Germán Genzor Blasco falleció el 18 de marzo de 1936. Era un labrador en un pueblo de la ribera del Ebro en la provincia de Zaragoza, Sobradiel. Allí vivía con su hermana y con su padre. Era alegre, delgado y muy jovial, pese a su apariencia de hombre viejo. Su sencillez y gentileza las recuerda muy bien Julián Ezquerra a quien él llamaba Juliancito:
[Tenía habilidad] para hacer crujir los huesos de las manos: "mira cómo me saco las mentiras, Juliancico". (Ezquerra, J. 1998).
En los recuerdos de Julián Ezquerra, Germán es una persona que disfrutaba de las tertulias con sus amigos. De hecho, era el primero que llegaba y el último en marcharse. Germán era todo un actor para Juliancito: escenificaba todo lo que contaba.
Los años de la Guerra en Sobradiel, como en toda España, se respiraba un aire tenso. La gente hacía su vida, pero siempre con incertidumbre y miedo a lo que vaya a acontecer al día siguiente. La tranquilidad de la vida del campo se interrumpía cuando aparecían Los Otros. Todo se paralizaba. Los Otros venían a quitar vidas. Los Otros pueden haber sido vecinos, amigos de colegio o compañeros de trabajo. Pero cuando aparecían con sus camisas azules y corbatas negras en camionetas, era para echarse a llorar. Esa sensación de impotencia la experimentó Germán el 13 de agosto de 1936 cuando Los Otros aparecieron en la plaza de Sobradiel. Sólo le pudo decir a la esposa de su amigo “nos matan, Petra, estos nos matan”.
El 13 de agosto como recuerda Juliancito, Los Otros subieron a la sala consistorial de Sobradiel y llamaron a los más significados, como se decía, de Los Nuestros "para hacer una declaración". Uno a uno se presentaban los labradores. Lo hicieron por goteo, pues muchos estaban en el campo, pero eso no les importaba a Los Otros que no tenían ninguna prisa.
Los vecinos de Sobradiel: Germán, Julián, Daniel Genzor, Lamberto el alguacil, Eusebio, Lorenzo el hornero y don José el maestro subieron dóciles y sin rechistar a la camioneta de Los Otros. Nunca se les pudo volver a ver con vida. Los callaron para siempre.
El pueblo entró en un silencio helador. Ya era conocido el paradero del secretario don Álvaro Vigil a quien habían cogido en Zaragoza y fusilado, también cazaron a tiros en el Molino del Rey, donde se había refugiado, a Pedro Alvarez Parra…
El silencio que se apoderó de la población era la punta del iceberg de una angustia e impotencia que dejaban alelada a las vecinas y vecinos de Sobradiel que no encontraban explicación alguna a lo que pasaba con sus amigos, hijos, tíos, maridos…
Aquellos años Los Otros y Los Nuestros representaron lo más miserable del ser humano. Se insultaban, se acosaban, se gritaban, se saqueaban y se mataban. Todos movidos por unos ideales que al intentar llevarlos a la práctica se llevaban por delante a la población. Germán y sus amigos fueron unos de esas víctimas.


Texto: J.E.B.
Referencias:

Ezquerra Ezquerra, Julián (1998). Un  ayer que es todavía. Estampas de un pueblo republicano. UNALUNA

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